Luego de 3 horas y 21 minutos bajamos del gran ave de metal. Volar siempre me resulta novedoso.
Pudimos divisar a lo lejos unas liebres que corrían por la pista a la par del viento característico del sur. Aunque lo más sorprendente estaría mucho mas adelante, ese día el cielo emitía un celeste mucho más profundo.
La estadía en Rió Gallegos fue fugaz, aunque el tiempo pudo darnos otra oportunidad.
Ya entrada la tarde pisamos tierra de la ultima ciudad del continente, el clima nos recordaba los viajes interminables en tren que cualquier estudiante suele tener en invierno durante las primeras horas del día para llegar a la universidad. Aunque era otro frío, un frío cargado de energía, esa que emana la unión de la montaña y el océano. A lo lejos divisamos rostros familiares. La alegría del reencuentro salía de lo mas profundo del alma.
Llegamos a la casa, y luego de esas charlas informativas que nos ponen al tanto, cenamos en una gran mesa, con todas sus sillas ocupadas y hasta casi apretados, como en los viejos tiempos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario