domingo, 11 de agosto de 2013

La vida es buscar un argumento

Caminas por la casa oyendo como cruje bajo tus pies el parqué del pasillo, como quien camina por un lago helado temeroso de que se abra el agua a sus pies. Al llegar a la habitación descubres oscuras aves volando en círculos sobre la cama, y tú tratas de espantarlas agitando el pañuelo de la nostalgia o poniendo un disco de Damien Rice a todo volumen. Pero las aves burlonas se posan sobre el espantapájaros que levantaste y comen de tu mano el grano del desconsuelo con el que antes confeccionabas collares que abrazaban cuellos de cisnes y sirenas.


El día humedece la tarde con el perfume de otros días. Nada tiene más memoria que el olfato. Y hay perfumes que taladran el pecho como el primer cigarro, como el aire helado de la madrugada.


La ausencia está en todo: en los libros de la mesa, en las toallas, en la ropa tendida, en la carta dormida en el buzón. Durante un instante te quedas colgado mirando un rincón en la pared en el que las arañas tejieron su red, o te quedas hipnotizado mirando un televisor que parpadea con luz estroboscópica: nada que ver, nada que hacer.


Agarras el teléfono y dejas un mensaje en un contestador. Una bengala iluminando un océano oscuro, un mensaje de auxilio. Hola soy yo. Tres pulsos cortos. Ha amanecido tarde este día. Tres pulsos largos. Bueno, si tienes frío o tiempo me llamas. Tres pulsos cortos. Cuelgas.


La pena extiende una película impermeable por toda tu piel, y por ella resbalan noticias y deberes. Bebes entonces con auto complacencia el licor dulzón del aburrimiento y te preguntas como era tu vida antes de que todo fuese naufragio.


Pero entonces sientes que algo te agarra de las solapas y te levanta del sofá al que estabas atornillado. Cabreado, recuerdas todo lo que queda pendiente. Recuerdas lo afortunada que eres por haber asistido al alumbramiento de unicornios y pegasos, a la lluvia de meteoritos que dibujó el cielo de tu vida tantas noches de verano, y reconoces en la ausencia que habita toda la casa retazos de la muchacha que desapareció de el reflejo ofrecido por los espejos en los que te miras. Eres tú. Estás de vuelta.




Huyen las aves. El dibujo de tiza en el suelo de la cocina ya no es tu silueta, es una rayuela sobre la que saltan hadas y faunos. Levantas la persiana y un alud de sol arrastra telarañas y serpentinas limpiando de espectros la casa. Sales a la calle. Es viernes. Es primavera. Es pronto. Recuerdas la leyenda tallada en el reloj que ahora murmuras con una media sonrisa que creías olvidada: acuérdate de vivir.

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